martes, 28 de junio de 2016

Amo y Criado de Tólstoi

Vasili y Nikita, rusos ambos. Amo y criado respectivamente. Uno, terrateniente y comerciante; el otro mujik. Un siervo de la gleba de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Pleno invierno y temporal desatado de viento y nieve; diez grados bajo cero. Una Rusia conmocionada por la dura sobrevivencia no solo de una monarquía de los zares sino también por una vida dura. Tanto en los poblados, para qué decir en el campo. Donde la estructura administrativa de el zar comienza a hacer agua o lo hará muy pronto y donde el gobierno de los nobles rusos comienza a verse como algo alejado de la verdadera realidad que enfrentan no solo los burócratas de la corona sino también todos los habitantes de esa enorme nación. Léase los hacendados, léase los siervos de la gleba parte de todos estos enormes inmuebles y a los cuales tienen atada su existencia y sobrevivencia.
La inclemencia del invierno, las enormes distancias, lo aislado de los villorrios y también la fatalidad si se quiere de ser rusos, de tener esa geografía y también esa cultura tan profunda y arraigada: la de la vieja y santa Madre Rusia. Internalizada ahí en cada ruso, más aún en los siervos del pueblo ruso. Los del campo. Los unidos profundamente a esa misma naturaleza y tierra y a sus estaciones. Unas que podrán marcar la diferencia incluso entre vivir y/o morir. Más aún si son pobres materialmente, sin privilegios de ningún tipo ni tampoco están adscritos a un buen padrecito o patrón bajo cuyo alero y propiedad puedan ser amparados al menos en unos mínimos. Tan mínimos que incluso casi les es indiferente si morir o no.
En este caso Nikita muestra un agradecimiento y lealtad hacia su patrón extraordinarios e incondicionales. Reconoce en él a pesar de todo protección. Una indispensable en el desamparo al que él y su familia están sometidos. El clima, la falta de alimento, pobreza material absoluta y cero derechos de ningún tipo, salvo aquellos que el “Padre” les conceda graciosa y como parte de su benevolencia humana, solo humana y muy humana habrá que reconocer.
Es aquí donde observamos a lo largo del relato de esta historia entre Vasili y Nikita también la confluencia de dos mundos o dos culturas. La de los mujiks o la gente del campo rusa y la de los nuevos rusos o pseudo burgueses, aquellos que comercian, poseen tierras y algunos privilegios dentro de la localidad que habitan. Es el caso de Vasili. Todo en sus dominios les queda entregado. Incluso las vidas personales y familiares de todos aquellos a quienes albergan en sus tierras sin condiciones, sin atenuantes y de por vida.
Así la liberalidad posible en Vasili no solo es una material sino –aparentemente– también moral. De este modo ambos hacen un recorrido no solo geográfico y en el tiempo en esta historia sino que además una travesía personal producto de la relación entre ambos y también de su propio discernimiento intimo e individual que va asumiendo diferentes acciones de parte de cada uno; contrariedades; contradicciones también, cada uno a su modo que no son sino una amplia paleta que nos muestra un repertorio humano de conductas no solo propias de un amo y su leal criado, sino que lo son también de dos culturas rusas existentes entonces. La de la vieja santa madre Rusia con sus campesinos y la de los nuevos emergentes, los hacendados y comerciantes de las localidades, que sin ser nobles van surgiendo en estos territorios y que indispensablemente poseen recursos materiales pero tan arraigados quizás a las convicciones de la vieja madre Rusia; su religión y humanidad, también su fortaleza y otras virtudes anexas.
El temporal desatado, los hace perderse, experimentar la vulnerabilidad aunque cada cual la enfrentará de modo diverso; incluso en algún momento no pueden comunicarse bien y también vuelven a experimentar el reencuentro del camino perdido.
Y hacerlo unidos sin diferencias –aparentes– aún cuando sus condiciones sean profundamente distintas. Al final en la narración pareciera imponerse la verdadera alma rusa, es decir lo más antiguo y ortodoxo que ambos poseen y los une por sobre cualquier cálculo mezquino, diferencia económica u otra disgresión de tipo social. Se auxilian en pro de no morir congelados sometidos al implacable clima, el frío y la enorme y vasta geografía rusa. Una que incluso se mostrará ruda, cambiante y traicionera en esta historia. Es ella la protagonista y el telón de fondo que sostiene, tensa y teje finalmente toda esta historia humana, profundamente humana –y quizás divina– de dos rusos. Uno sin pobreza material -Vasili-, amo; el otro, Nikita, mísero, materialmente y sin embargo, rico en humanidad. Una aparente paradoja y sin embargo termina imponiéndose la santa madre Rusia y su cultura al intentar sobrevivir ambos y Vasili cubrir con su cuerpo a Nikita, para así protegerse ambos del inclemente descampado y su furia. Y aquí no está claro si lo hace por salvarse a sí mismo desesperadamente o intenta honestamente bajo la convicción de proteger también a su fiel servidor protegerlo y cubrirlo de la nieve y el frío…
Por otra parte este padre vela por su siervo, y a la vez, tiene presente quizás en su inconsciente el antiguo mandato bíblico que dice: Nadie tiene más amor, que aquél, que da la vida por sus amigos… llevado ya a otra dimensión.
Ambos hicieron un largo recorrido bajo condiciones duras y adversas prestándose ayuda. El que era más fuerte materialmente y con potestad sobre el otro termina haciéndose servidor hasta la muerte de aquel –Nikita– que era su fiel servidor. Aparentemente el más débil.
Una Rusia siempre sorprendente no solo por su magnitud geográfica, cultural, histórica sino muy especialmente por el mosaico de sus gentes, desde las más modestas y sabias a su modo: los campesinos, pasando por los burgueses y hacendados hasta llegar a la nobleza reinante aún entonces en una monarquía que terminó aislándose en sus palacios, lejos de la contingencia y urgencia de esos mismos rusos a quienes decían servir y sin embargo abandonaron sea por una administración enorme e ineficiente finalmente; sea por la multiplicidad de factores económicos, climáticos, geográficos, culturales y religiosos que componían al enorme imperio. Uno que entraba ya en otro siglo y al que ya no le parecían bastar la estructura de los nobles encerrada en San Petersburgo y lo agrícola, alejado, pobre y muchas veces muy mal administrado por una burocracia y o nobles locales en decadencia que abusaban de sus privilegios concediendo casi ninguna urgencia a muchísimos asuntos que la población rusa requería y no se resolvían. Al contrario eran pospuestos una y otra vez .
El relato –casi profético– parece aventurar ya algunas claves que incidirían en la historia posterior rusa y el desencadenamiento de los hechos.
Sin embargo no bastaron ni La Madre Rusia ni el Zar o padrecito para poder contener el polvorín que ya comenzaba a gestarse y que culminaría luego con la matanza de la familia imperial para dar inicio a un nuevo siglo; al surgimiento de “nuevos rusos” e incluso instaurar en ellos –quién sabe– quizás una “nueva” alma, otra cultura, un nuevo modo de ser ruso y sufrirlo también.

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