jueves, 19 de abril de 2012

Risa y llanto


Las dos caras en   toda vida .
Sin embargo, cuando brota el llanto muchos se incomodan. No hayan donde meterse o esconder al que se “inunda” por los ojos... ¿Por qué? ¿Será porque no es lo políticamente correcto; lo aceptable y lo esperado? Puede ser. Y, al mismo tiempo es lo que nos hace profundamente humanos. Diferentes de una piedra, una planta.
Lo que si está claro es que a nadie le gustan las carencias; lo incompleto, lo inacabado; un fracaso. Tampoco los hechos arbitrarios, lamentables y desastrosos.
Experimentarlos no es grato. Obvio. Nadie los busca. Habría que ser demente. Y, su primer y natural  alivio, el llanto no es cómodo ni confortable. Es “mal mirado”… mal soportado. Para que poner flores donde no las hay. Al existir desazón, quebranto, angustia la válvula natural que nos permite aliviar todo   aquello es la más natural y disponible: las lágrimas. Caen por la cara de cualquiera. Del más hombre y  de las mujeres; todas con facilidad... De esto no nos salvamos. Unos antes, otros después. Pero a todos  nos toca un pedazo de esta torta. Y en algunos casos con guinda incluida; podrá llegar al extremo  inconcebible. La contrapartida es hacernos infinitamente más humanos, humildes y conocedores de nuestra propia y feble naturaleza. Experimentarlo alguna vez nos educa para ser con los demás muchísimo más comprensivos de sus dolores, problemas y también debilidades y defectos. La "no buscada" escuela del dolor se encarga de hacernos crecer interiormente. Nos hermana positivamente con todos aquellos con quienes convivimos. También cosecha la modesta y templada aceptación de nuestro ser tal cual somos.
Cuando la alegría irrumpe en nosotros nos hace bien. Es balsámica; sanadora del cuerpo y del alma. Se produce una consonancia que vibra al unísono. Potente y regeneradora de las fuerzas, el ánimo y los  propósitos para volver a reemprender la marcha una y mil veces. Las que sea menester.
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Por el contrario, cuando la cara más oscura se descuelga -por los motivos que sean- y cae asoma la  pena. A veces también nos desborda y parte el alma, literalmente. Incluso físicamente. Todo se hace cuesta arriba hasta poner atención en lo más cotidiano. La tristeza divide, debilita y mina el interior de nuestra persona. Nos hace vulnerables. Incluso puede llegar a hacernos agresivos. Una señal más de la humana impotencia frente a la adversidad cuando su peso es demasiado para nuestras débiles espaldas.
Hoy se sostiene que quienes no son "felices" tienden a somatizarlo en su cuerpo a través de diferentes enfermedades. Y aparece aquí la indisoluble conexión entre el alma (ánima) y el cuerpo. Simbiosis en búsqueda de un constante equilibrio y armonía. La naturaleza es sabia. Al hombre actual le falta observarla y oírla un poco más. Pareciera más bien, que muchas veces va contra ella tozudamente o de frentón incurre en un verdadero culto al cuerpo o hedonismo extremo.
Del mismo modo las manifestaciones de la risa y el llanto expresan qué pasa con nuestra interioridad.  Viva, sensible perceptiva y racional. A ella nada le resbala. Aunque quisiéramos "hacerla lesa" -a veces-  "Pasar" por la vida como si nada… ¡qué estupidez!
Alegría y pena materiales preciosos de la vida. Envoltorios muy diferentes y ambos nos acrecientan. Siempre y cuando estemos atentos y dispuestos a escuchar lo que el alma nos habla a través de los dos. Desde una risa infinita y fuerte que brota de lo más hondo del alma e ilumina todo alrededor. O cuando la pena nos parte literalmente por la mitad y nos tumba al suelo. Sin más.
Cuando el llanto arremete sin contemplación. Sin horario, sin permisos, sin lógica; también incluso sin pausas… Sin apelación posible. Rotundo, tajante dejándonos desmenuzados, dispersos, inermes. Con los brazos caídos, vacíos.
Podrá no haber más agua en esos ojos… pero la mirada se recuperará. Junto con ella también la alegría de vivir. Todo tiene su tiempo. Su propio reloj. Su calendario. Lo mismo el crecimiento interior. Este busca una sana armonía. Nuestro ser tiende a ella y se afana para lograrlo. Con o sin etiqueta llegamos a estar más o menos cerca de ese estado pleno al que aspiramos.
Un llanto permanente y sostenido en el tiempo; risas destempladas… parecen decir que alga no anda bien. Y habrá que buscar las causas del desorden o desequilibrio si se quiere. Finalmente la carencia o defecto en la armonía interior se traducen en mayor o menor bienestar anímico y físico. Es decir, estar bien. O definitivamente estar mal. Con uno mismo, los demás y para el que es creyente con Dios. Un trípode perfecto. Bien sustentado también refleja esa armonía en la alegría de vivir y todo lo que de ella deriva naturalmente; aún cuando haya problemas. Siempre tenemos la risa y el llanto. Nobles compañeros y aliados en este caminar.


Risa y llanto, las caras de ir andando. 
No al quebranto.
Más alegría, más  canto.
No huyamos sin pagar  un precio alto.
Ni equilibrio, ni encanto sin piedrecillas de dolor y llanto.
Amanecen alegría, risa y canto.
Sec,﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽devuelvo un canto."uienes  conviviumosundan sombríos quebranto,  dolor y  espanto.
De tanto en  tanto…
No me pidan más, risa y llanto.
Hoy, apenas,  les devuelvo un canto.

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