Era un antes y un después. El efecto de ponerse o no esos
anteojos. La verdad saltaba ahí de
sopetón frente a frente. Sí, era ella
misma. La que se había enamorado alguna
vez y por la que habían dejado
atrás una vida bien diferente a en la memoria del tiempo.
Pareció ser lo único importante entonces. Cuarenta años
atrás ambos habían abandonado largos años de soltería. El con un carácter algo silencioso,
tranquilo y tímido, pero profundo . Pausado
en su modo de ser y hacer. Tomaba
su tiempo para todo y de algún modo esto
lo hacía un habitante sui generis en medio de la vorágine del tiempo
actual en el que le tocaba vivir. Y, era
esta calma , la que le permitía apreciar muchísimas cosas que los demás no
percibían ni de lejos.
Ella, por el contrario, más inmersa en la inquietud de la
existencia, se dejaba llevar por los trajines y apuros de la sobrevivencia del
día a día. De este modo podría decirse se complementaban bien. A pesar de que
de un tiempo a esta parte, la convivencia se había dificultado. Fuera por el
paso del tiempo en cada uno, sea por los
caracteres. Nunca nada fáciles; también
por las demandas de lo cotidiano
y las pocas facilidades de esa misma
vida. Todo contribuía poco a
hacerles llevadera la existencia.
No parecía haber opción .
Ella constataba como su cara se arrugaba y sus extremidades se rigidizaban .En fin todo lo que antes fue
fácil se hacía ahora difícil. Incluso alcanzar una taza para el desayuno en lo
alto del mueble de la cocina. Hasta eso se había hecho algunos días algo
empinado y agotador. Arreglaré estos muebles se dijo hablando consigo misma. Se
daba ánimos . Si no lo hacía ella nadie
lo haría. Esto era algo tan real
y verdadero como el mismo sol que veía
amanecer todas las mañanas por su ventana.
El mismo que infundía en ella
una sana y renovada esperanza en
cada día que arrancaba ahí en la madrugada. Esa hora preciosa , auroral en que se juntaban en ella todos los
pensamientos, las inspiraciones y las energías
para enfrentar el día que empezaría a agotar sus fuerzas físicas
luego. Es la vida, pensó.
Pasaba muchas
horas sola. Sea porque el marido no
estaba. Sea porque veía poco a sus hijos; cada uno de ellos demasiado ocupado en hacer su propia existencia. El que
sí la acompañaba era su perro, compañero fiel de muchas horas. Con quien más de una vez se descubrió
conversando en amenos monólogos. Se rió de buena gana al constatarlo.
Pero era mejor eso que vivir en un silencio permanente
cuando necesitaba compartir con alguien. Aún estaba viva. No era un mueble más
del inventario de esa casa . Y contra
esa realidad que la rondaba batallaba cada día. Era como afirmarse a sí
misma que seguía viva, a pesar de los años.
Hay verdades que hoy
se cacarean por todos lados…pero les falta médula para ser tales, pensó. Quiero decir que hoy todos
las emprenden lavándose la boca con el uso de la verdad como si fuera
una pasta de dientes o un enjuagatorio bucal para calmar las incertidumbres y los relativismos. Los
adecuados para justificar todo tipo de incertezas, ambigüedades o conveniencias
de turno. Pobrecilla: mal te tratan y
pocos te defienden con el coraje
necesario. Pues hay que “ desnudarse” para ello . Ah y a eso nadie o casi nadie está dispuesto. Al menos en lo intelectual y
valórico. Opinión, convicción se las llamaba hasta algún tiempo atrás.
Finalmente, desprenderse de lo poco y nada que protege a la intimidad o lo poco
que nos va quedando de ella. Hoy, donde
todo se permite, todo
se justifica en aras de informarse e informar a otros acerca de las interioridades de algunos. Da lo mismo quien sea. Si es
presidente, si es una nana de Chicureo, si es un obrero. Todo va a la misma
olla. No importa a qué costo. No está en discusión. Todo a la parrilla de la
copucha, la estupidez e insaciable morbo
de la
población
o de la mayoría. ¿Quién es ésta?
Buena pregunta .
Ella no hace sino pedir más de lo que se le da todos los
días .A toda hora y en todas las formas. Es un monstruo insaciable. Exige , más
y más. Es lo que esta sociedad ha
creado a punta de dar afrecho a muchos.
Estos ya no distinguen nada de nada.
Mientras ella pensaba ,
se dio cuenta que había dejado hirviendo
el agua hace demasiado rato. Le pasaba a menudo. Había decidido
aceptarlo.. Su naturaleza divagadora
definitivamente no congeniaba ,las más de las veces, con los tiempos
o”timing” del ser “dueña de casa”. Lo había terminado por aceptar. Su marido, a regañadientes. La vida
otra vez, se dijo confirmándoselo a sí
misma.
Sonó el timbre. Abrió
el portero eléctrico. Era un técnico
a quien esperaba ya hace varios días. Una vigilia más de tantas, para que esa casa y sus máquinas funcionaran
adecuadamente. Asunto no banal cuando a cada uno hay que esperarlo 3 o 4 días para que vengan al domicilio, hagan el presupuesto y vuelvan dignarse a
regresar otra vez , para arreglar
el susodicho y bienaventurado aparato en cuestión. No dista mucho del infierno del Dante el asunto éste.
Paciencia y dignidad debemos desarrollar las mujeres hoy. El trabajo doméstico siempre monótono,
aburrido e indispensable. Mal reconocido , mal valorado . Solo Dios pareciera aquilatar este tedioso quehacer. Más cuando la
cabeza está justo en el área opuesta de
lo pedestre y rutinario. Es una escisión espiritual definitiva y sangrante.
Causa desazón porque el tiempo es uno y
las demandas internas por hacer actividades totalmente antagónicas es
urgente. Fatal. Solo cabe hacerlo de madrugada robándole horas al sueño matutino
. Así la vida misma, sin poseía ni
metáforas. Y luego el aterrizaje brutal
durante el día de los miles de bostezos que reclaman esas horas de sueño
faltantes. Pero era necesario dedicarlas a lo que realmente alimenta esa alma:
la de esa dueña de casa. Paradojal si se considera que ella es cada vez menos
dueña del oficio en cuestión y no por
capacidad, sino por real interés. ¡Dios! Un descubrimiento del porte de una
catedral. Y, de las medioevales. Esas
que demandaban varias generaciones para ser construidas, Así de
magnífica y prolija era su construcción y el empeño que ponían los hombres de entonces para
dedicárselas a Dios.
Hoy ni una hora le
dedicamos a “este caballero” los días domingos. Cambia, todo cambia.
También esperemos dedicar cada día menos
horas , a lo que no nos gusta Sí, muchas
a lo que nos encanta; a lo que nos hace feliz, finalmente.
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