Soplan nuevos vientos
y traen una vez más , muchas
buenas y antiguas hojas a la plaza pública de los asuntos del mundo actual. Al hombre mismo y a todo aquello que
se incuba en su propio corazón: sus más caros anhelos.
Ahí están las
familias. Iglesias domésticas , las llamó alguna vez, Juan Pablo II.
Se reunieron en Milán. Venidas de todo el mundo bajo la
convocatoria de la luminosidad renovada de la fe. Haciendo un urgente llamado a
dar esperanza en un mundo que parece-muy a menudo- haberla perdido. Donde las certezas han
sucumbido. Incluso, la de tener un
trabajo digno , frente a una crisis económica contundente cernida prácticamente sobre todo el
orbe. Las primeras afectadas son siempre
las familias. Y aquí aparece también el llamado urgente a los gobiernos de
cada país a velar por las políticas sociales y de empleo muy preferentemente.
No sólo el mercado, regulador de oferta y demanda será el que determine las
vacantes de trabajo. Parece indispensable
que los estadistas con visión humanitaria y social se adelanten a lo que
muy probablemente vendrá: la cesantía.
Lacra del siglo XXI y de los anteriores. Sin trabajo el
hombre pierde uno de los trípodes
de su esencia en el ser parte activa de
este mundo. Su ser cocreador y corredentor con Dios, pero en medio del mundo se
ve truncado irremediablemente cayendo
muy a menudo en una espiral de desintegración personal y familiar. Si el sujeto no logra obtener
una remuneración que le permita vivir a él o ella y su familia en
forma digna- al menos- .
No solo los gobiernos son los llamados a prestar la
necesaria atención y colaboración eficaz. También quienes tienen mayores recursos y la capacidad de
generar trabajo para otros. A ellos muy especialmente les cabe una honrosa,
única y especial responsabilidad ética, podríamos llamarla. A tener un
corazón también generoso y magnánimo para dar y darse a otros que lo
necesitan. Para producir oportunidades
de promoción social, de desarrollo para el país y también de crecimiento
humano, inseparable de los anteriores.
Todos son gestores de cambios en la sociedad actual y les cabe un papel
protagónico. La historia dejará consignada las grandes acciones y también las
graves omisiones en este sentido. En este mes del Sagrado Corazón de Jesús no me cabe la menor duda que también quedaran
grabado a fuego -en su corazón de padre- todas estas buenas obras (anónimas y
silenciosas, muchas ). Y, a su tiempo,
también El sabrá premiar a
quienes así han obrado en consecuencia. Son los tiempos de Dios y también la
actual situación es un signo de los
tiempos. Los logros fantásticos en
avances de todo tipo, pero también las profundas incertidumbres en todo lo
relativo al corazón y esperanzas más profundas del hombre. Sea porque no
encuentra las respuestas adecuadas; sea
por que la incerteza e inseguridad de
todo hoy día va obligándolo a dar un
paso más allá. Ir hacia el abandono en
la voluntad de un Dios –Padre- . Cuando
el ve que ha puesto todos los
medios humanos, pero al parecer no basta… es
ahí cuando deberá acudir a sus reservas espirituales, tal vez en
desuso, tal vez no aprovechadas hasta llegar a descubrir todo un nuevo mundo:
el de la fe siempre vigente, siempre renovada. Esa que no la afecta la polilla.
Tampoco está sujeta a la moda ni menos a lo políticamente correcto de el momento vigente. Es siempre una luminosa y esperanzadora buena nueva. Responde
a las acuciosas preguntas y necesidades del hombre y su familia hoy. Le da razones para vivir y perseverar en
el empeño por vivir una vida mejor: con sentido y también con profunda
esperanza.
La actualidad parece volver a lo más propio del hombre: a su
sociabilidad. Al llamarlo a colaborar no solo en su propio desarrollo sino
también al de otros. A prestar y
prestarse con su persona, tiempo y capacidades
para él ser mejor persona y también lograr que muchos otros por su
intermedio puedan también serlo. Y, muy especialmente, con una dimensión de humanidad profunda. Todos estamos
llamados a colaborar cada uno según sus propias y particulares características
y capacidades:¡ nadie sobra en la ayuda mutua!
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