Esos “locos bajitos”, pero encantadores. Los que de locos no
tienen nada, las más de las veces. Nos recuerdan que el transcurso del tiempo
tiene un antes ty un después. También que algún
día partiremos no sin antes haber andado un buen trecho-bien o mal- que
marca el trayecto desde una partida pura y omnipotente para convertirse en un
caminar más pausado y con señales de haber avanzado. Dejando porrazos, rasguños
y uno que otro pequeño triunfo humano, más prestado que propio por ahí en esa
andadura. Y, al final llegar incluso a
tener tiempo para sentarse a la vera del camino e incluso mirar atrás.
Son árboles añosos que desde su humana altura de lo vivido nos acompañan, nos observan,
aconsejan, reprenden y también animan en algunas locuras que aún se nos ocurren
en esta visita a la tierra.
Oírlos contar sus vidas bien vale la pena. Son historias
vivas de una época. De sentimientos, costumbres y de tantos otros que ellos
tuvieron la suerte de conocer y que ya no están.
Los sabios parecen presagiar que ocupan ya la primera línea del relevo.
Algunos se preparan en serio. Les preocupa su alma. Otros creen engañar al tiempo, al calendario. Pero cada mañana al
mirarse al espejo comprueban ellas y ellos que no. la vida no es una mentira.
Por el contrario. Es una verdad implacable que se cumple inexorablemente día a día
las veinticuatro horas al día.
La noción del tiempo para algunos dejó de ser tal. Ya no sufren
su tortura. Viven absortos en una niñez ya pasada. Son ancianos niños y se sienten como tal. La naturaleza es
sabia: vuelven al tiempo más inocente, al más feliz. Aquel cuando todo iba a
ser.
Los sabios ancianos no quieren vivir un presente que les es
ajeno. Los que conocían ya partieron y tampoco queda nada de lo que los rodeó
entonces. Son unos perfectos extraños y extranjeros en su propia tierra.
Incluso la acogida de un mundo amable y tranquilo. De eso ya no hay nada. Solo
gente apurada, malhumorada que no tiene tiempo para oírlos ni menos para
compartir con ellos. Tal vez solo les” sobre” un saludo caído por ahí de unos
bolsillos demasiado llenos de ellos mismos, de cálculo, eficiencia, productividad
y poco tiempo: justo lo que a los sabios les queda…
El mundo los ha dejado solos. Con su vejez y achaques del
cuerpo y del alma ,pero sobre todo con su maravillosa experiencia y amor
probado para entregar a los otros, pero éstos no están ahí para recibirlos.
El tesoro de la sabiduría en esa vida queda tirado a la nada.
A la ventolera y vorágine de la actualidad. Donde solo la estridencia tiene la
palestra. Donde solo el resonar metálico
pesa y también parece que nadie quisiera acoger ni el silencio ni la prudente y suave voz de la experiencia. Nadie
lo recibe ni lo aprovecha, para por último crecer en bondad, acogida y tener la
infinita suerte de oír a esos sabios de la tribu. Los que ya nadie escucha. Los
que proclaman con sus vidas consecuencia, laboriosidad y dignidad de vivir como
creo pocos lo experimentan hoy. Profundamente humanos, pues la misma vida les
ha enseñado que para vivir en toda su dimensión y hondura hay que servir. Hay
que morir un poco cada día para dar fruto. De otro modo rápido nos convertimos
en pura corteza y cáscara.
Vivimos en relación a los otros,. Esto es lo que completa y
justifica nuestra caminata humana y terrena. También lo que proyecta y trasunta
nuestra trascendencia. Servir a la sociedad, a Dios, a la familia, a
una profesión y en fin . Es una cadena forjada de muchos eslabones que no solo
encuentran su sentido en el puro producir. Hay líneas esenciales que le dan un
sentido y son las mismas que hacen que
una existencia vaya dejando un surco o huella. De otro modo son unas simples esporas
lanzadas al aire por el hacedor, pero
que así etéreas llegarán a lo más a hundirse en la tierra .A poco o nada más.
Los sabios de la tribu tienen mucho que decirnos, Nosotros
tendremos que abrirles un espacio. Más que “ganárselo” ellos, es de ellos.
Somos nosotros los que debemos pedirles permiso para compartir y
asombrarnos , tener el privilegio de aprender y gozar de sus
maravillosas experiencias y sabiduría. Siquiera una gota de ellas ¡qué bien nos
haría!. Caerían muy bien en nuestras tierras secas y llenas de funcionalidad…
Ellos ya lo dieron todo.
Recibamos todo lo bueno que tienen para nosotros yendo a ellos. Abriendo
las puertas de nuestro cariño y comprensión. Somos nosotros los que deberemos entrar en su mundo –con respeto-y no viceversa
como parece proclamar el mundo actual. Nosotros somos mendigos de un gran
tesoro y podremos hacernos acreedores de
él. Si es que recibimos a esos sabios en nuestro corazón, a esos
“locos bajitos” .
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