sábado, 20 de octubre de 2012

La tribu y sus sabios.


                                                
Esos “locos bajitos”, pero encantadores. Los que de locos no tienen nada, las más de las veces. Nos recuerdan que el transcurso del tiempo tiene un antes ty un después. También que algún  día partiremos no sin antes haber andado un buen trecho-bien o mal- que marca el trayecto desde una partida pura y omnipotente para convertirse en un caminar más pausado y con señales de haber avanzado. Dejando porrazos, rasguños y uno que otro pequeño triunfo humano, más prestado que propio por ahí en esa andadura.  Y, al final llegar incluso a tener tiempo para sentarse a la vera del camino e incluso mirar atrás.

Son árboles añosos que desde su humana altura  de lo vivido nos acompañan, nos observan, aconsejan, reprenden y también animan en algunas locuras que aún se nos ocurren en esta visita a la tierra.
Oírlos contar sus vidas bien vale la pena. Son historias vivas de una época. De sentimientos, costumbres y de tantos otros que ellos tuvieron la suerte de conocer y que ya no están.
Los sabios parecen presagiar que  ocupan ya la primera línea del relevo. Algunos se preparan en serio. Les preocupa su alma. Otros creen engañar al  tiempo, al calendario. Pero cada mañana al mirarse al espejo comprueban ellas y ellos que no. la vida no es una mentira. Por el contrario. Es una verdad implacable que se cumple inexorablemente  día a día  las veinticuatro horas al día.
La noción del tiempo para algunos dejó de ser tal. Ya no sufren su tortura. Viven absortos en una niñez ya pasada. Son ancianos  niños y se sienten como tal. La naturaleza es sabia: vuelven al tiempo más inocente, al más feliz. Aquel cuando todo iba a ser.

Los sabios ancianos no quieren vivir un presente que les es ajeno. Los que conocían ya partieron y tampoco queda nada de lo que los rodeó entonces. Son unos perfectos extraños y extranjeros en su propia tierra. Incluso la acogida de un mundo amable y tranquilo. De eso ya no hay nada. Solo gente apurada, malhumorada que no tiene tiempo para oírlos ni menos para compartir con ellos. Tal vez solo les” sobre” un saludo caído por ahí de unos bolsillos demasiado llenos de ellos mismos, de cálculo, eficiencia, productividad y poco tiempo: justo lo que a los sabios les queda…
El mundo los ha dejado solos. Con su vejez y achaques del cuerpo y del alma ,pero sobre todo con su maravillosa experiencia y amor probado para entregar a los otros, pero éstos  no están ahí para recibirlos.

El tesoro de la sabiduría en esa vida queda tirado a la nada. A la ventolera y vorágine de la actualidad. Donde solo la estridencia tiene la palestra. Donde solo  el resonar metálico pesa y también parece que nadie quisiera acoger ni el silencio ni la  prudente y suave voz de la experiencia. Nadie lo recibe ni lo aprovecha, para por último crecer en bondad, acogida y tener la infinita suerte de oír a esos sabios de la tribu. Los que ya nadie escucha. Los que proclaman con sus vidas consecuencia, laboriosidad y dignidad de vivir como creo pocos lo experimentan hoy. Profundamente humanos, pues la misma vida les ha enseñado que para vivir en toda su dimensión y hondura hay que servir. Hay que morir un poco cada día para dar fruto. De otro modo rápido nos convertimos en pura corteza y cáscara.

Vivimos en relación a  los otros,. Esto es lo que completa y justifica nuestra caminata humana y terrena. También lo que proyecta y trasunta nuestra trascendencia.   Servir a la sociedad, a Dios, a la familia, a una profesión y en fin . Es una cadena forjada de muchos eslabones que no solo encuentran su sentido en el puro producir. Hay líneas esenciales que le dan un sentido y son las mismas que hacen  que una existencia vaya dejando un surco o huella. De otro modo son unas simples esporas lanzadas al aire por el  hacedor, pero que así etéreas llegarán a lo más a hundirse en la tierra  .A poco o nada más.
Los sabios de la tribu tienen mucho que decirnos, Nosotros tendremos que abrirles un espacio. Más que “ganárselo” ellos, es de ellos. Somos nosotros los que debemos pedirles permiso para  compartir y  asombrarnos , tener el privilegio de aprender y gozar de sus maravillosas experiencias y sabiduría. Siquiera una gota de ellas ¡qué bien nos haría!. Caerían muy bien en nuestras tierras secas y llenas de funcionalidad…

Ellos ya lo dieron todo.  Recibamos todo lo bueno que tienen para nosotros yendo a ellos. Abriendo las puertas de nuestro cariño y comprensión. Somos nosotros los que deberemos  entrar en su mundo –con respeto-y no viceversa como parece proclamar el mundo actual. Nosotros somos mendigos de un gran tesoro y podremos hacernos  acreedores de él. Si es que recibimos a esos sabios en nuestro corazón,  a  esos “locos bajitos” .


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