domingo, 9 de diciembre de 2012

Verde Adviento


Una joven como cualquiera otra. Aparentemente.
Vivía en un  pueblo como muchos otros de entonces. Haría las labores de cada día. Buscaría agua en el  pozo más cercano. También tenía unos padres. Y estaba prometida  en matrimonio  a un joven de Israel.
En  medio de  lo cotidiano , un día cualquiera,  irrumpe en el silencio del alma de esa joven  el anuncio y mensaje de un ángel . Este  propone a ella  ser la madre, portadora de la  esperanza encarnada,  de un  niño, Salvador de la humanidad completa- Será conocido luego como Emmanuel o Dios con nosotros.
¿Cómo será esto?  Solo atinó a contestar la joven,  María de  Nazareth. En su asombro y humildad  ponderó el mensaje que recibía en lo profundo de su corazón. Fue solo ahí ,  en la oración confiada y  asistida por el espíritu Santo donde su voluntad  se  adhirió con absoluta fe y entrega en un  acto de abandono y confianza  al querer providente de  ese Dios Padre. Ella  acepta esta misión única y redentora.  Ser la mediadora operativa  entre Dios y la humanidad. Se convierte así  por su libre concurso en la  esperanza cierta y posible de salvación para el mundo. Aún cuando  racionalmente no le es dado comprender mucho más allá. El amor incondicional en ese Dios vivo y presente en su alma se hace operativo en la entrega incondicional al querer de ese mismo Padre  Dios.
Así humanidad y divinidad se hacen uno encarnando al verbo.
Jesús  le llamarán nueve meses después. Nace en Belén en un establo. Rodeado de San José, su padre adoptivo y María su madre. Los  animales a su alrededor  y luego todos aquellos que llegarían a conocerlo. Entre ellos los tres reyes magos venidos de lejos. Traen  en los  cofres sus más preciados tesoros de incienso, oro y mirra.
La creación toda y jubilosa  se inclina frente a este pequeño niño que devuelve en medio de las pajas del pesebre la inocencia,  luz, fe y esperanza a todos los hombres. Sea donde estén y quienes sean. Les trae una buena nueva a su corazón . Un nuevo comienzo a todos sin distinción. Un nuevo sentido para la existencia. También la promesa de la redención. Una vez perdida. Hoy,  recuperada para todos los hombres de buena voluntad. Una nueva alianza.
Adviento es un tiempo privilegiado para recuperar lo mejor de cada uno . Ponerlo a disposición  y así  concretar su esperanza profunda. Dios en nosotros . Dios para los demás. La esperanza canalizada en   una  luz brillante en medio del mundo. Y así recuperar la fe, la alegría y buena voluntad necesarias para preparar la venida  y renacer de ese niño en el corazón de cada hombre. Uno que lo haga más  hijo de Dios Padre y también más hermano de sus prójimos.
 el adviento es una locura del amor de Dios para con nosotros. Con cada uno. Hemos sido regalados con una segunda oportunidad. También llamados a una dignidad única. La de hijos muy queridos de ese mismo Padre y habrá que  prepararnos para un desafío y misión únicos e insustituibles.  Siendo muy humanos y  divinos a la vez. Solo así podremos contemplar con verdadero amor y devoción a ese pequeño niño al que  tendremos en nuestras casas. El podrá entrará en nuestro hogar y en  la profundidad de nuestros corazones. Ahí donde la promesa podrá ser concretada desde siempre. Ahora en un renovado acto de fe y confianza.  Humano y  divino a la vez. Con sus dosis de calvario, pero también de Tabor y gloria. Aflicción y júbilo  encuentran su sitio en la preparación del nacimiento de este niño salvador. El conocerá luego en su vida el calvario,  para llegar  a una resurrección gloriosa. Nosotros también, aunque en otra escala y  dimensión. Recibimos  así  la posibilidad de gozar algún día de esa misma alegría venciendo a la muerte. Jesús nos devuelve la posibilidad de la vida verdadera. La  que no caduca . La que derrota  a la verdadera muerte finalmente.  

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